miércoles, 2 de septiembre de 2009

Apuntes inéditos


Lo vi y hacia mí se volvió; y nuestras miradas huyeron tan pronto el timbre sonó. No habría soportado un minuto más aquella situación. Sabía que no lo vería por un largo tiempo después de aquel día, y sin embargo no me importó. Toda la tarde eché a perder... unas horas frente al escritorio pensando en vano, y otras habré ocupado en las típicas tareas inútiles en las cuales una persona gasta el tiempo como si fuera libre de hacerlo: pasar un apunte en limpio, ordenar papeles viejos, observar y botar imágenes de olvidados álbunes, reorganizar y restablecer horarios y citas... y por supuesto que me tomé otros pocos minutos en recriminarme todo lo que inútilmente había hecho hasta ese último segundo. Entonces empezaba mi día: cinco o seis de la tarde me sentaba a leer con un té, un papel y una pluma aunque terminara sin tomar nota alguna...luego estudiaba y más tarde realizaba tareas y consignas más serias que me habían sido asignadas esa misma mañana. Cómo sufría las mañanas... o mejor dicho, como me sufrían por la mañana. Era completamente absurdo que intentara resolver un problema de matemáticas o analizar un texto en teoría literaría. Cualquier obligación se volvía en mi un peso con el cual debería sufrir unas dos o tres horas mientras me quedara allí sentada dibujando o planeando mi tan esperada tarde. Si no aturdía con planteos circulares y sin sentido, llegaba hasta mi más íntimo espacio y pensamiento en cuestión de minutos y me volvía intolerable a tal punto de querer desaparecer de aquel lugar.